Temas de 2° y 3° año para escuelas Normales.

lunes, 19 de marzo de 2018

Mitos

El mito de Eco y Narciso:

https://sobregrecia.com/2010/03/19/el-mito-de-eco-y-narciso/



Aracne:

https://mitosyleyendascr.com/mitologia-griega/aracne/




Apolo y Dafne:

https://redhistoria.com/mitologia-griega-apolo-y-dafne/





 Síndrome de Procusto

Procusto

Cuentos Abelardo Castillo



La madre de Ernesto:
(ir al siguiente link)
 
http://www.barcelonareview.com/36/s_ac_2.htm


El marica



Escuchame, César: yo no sé por dónde andarás ahora, pero cómo me gustaría que leyeras esto. Sí. Porque hay cosas, palabras, que uno lleva mordidas adentro, y las lleva toda la vida. Pero una noche siente que debe escribirlas, decírselas a alguien porque si no las dice van a seguir ahí, doliendo, clavadas para siempre en la vergüenza. Y entonces yo siento que tengo que decírtelo. Escuchame.
Vos eras raro. Uno de esos pibes que no pueden orinar si hay otro en el baño. En la laguna, me acuerdo, nunca te desnudabas delante de nosotros. A ellos les daba risa, y a mí también, claro; pero yo decía que te dejaran, que cada uno es como es. Y vos eras raro. Cuando entraste a primer año, venías de un colegio de curas; San Pedro debió de parecerte, no sé, algo así como Brobdignac. No te gustaba trepar a los árboles, ni romper faroles a cascotazos, ni correr carreras hacia abajo entre los matorrales de la barranca. Ya no recuerdo cómo fue. Cuando uno es chico, encuentra cualquier motivo para querer a la gente. Solo recuerdo que de pronto éramos amigos y que siempre andábamos juntos. Una mañana hasta me llevaste a misa. Al pasar frente al café, el colorado Martínez dijo con voz de flauta: “Adiós, los novios”. A vos se te puso la cara como fuego. Y yo me di vuelta, puteándolo, y le pegué tan tremendo sopapo, de revés, en los dientes, que me lastimé la mano. Después, vos me la querías vendar. Me mirabas.
–Te lastimaste por mí, Abelardo.
Cuando hablaste sentí frío en la espalda: yo tenía mi mano entre las tuyas y tus manos eran blancas, delgadas. No sé. Demasiado blancas, demasiado delgadas.
–Soltame –dije.
A lo mejor no eran tus manos, a lo mejor era todo: tus manos y tus gestos y tu manera de moverte, de hablar. Yo ahora pienso que antes también lo entendía, y alguna vez lo dije: dije que todo eso no significaba nada, que son cuestiones de educación, de andar siempre entre mujeres, entre curas. Pero ellos se reían y uno también, César, acaba riéndose. Acaba por reírse de macho que es.
Y pasa el tiempo y una noche cualquiera es necesario recordar, decirlo todo.
Fuimos inseparables. Hasta el día en que pasó aquello yo te quise de verdad. Oscura e inexplicablemente como quieren los que todavía están limpios. Me gustaba ayudarte. A la salida del colegio íbamos a tu casa y yo te enseñaba las cosas que no comprendías. Hablábamos. Entonces era fácil contarte, escuchar todo lo que a los otros se les calla. A veces me mirabas con una especie de perplejidad, con una mirada rara; la misma mirada, acaso, con la que yo no me atrevía a mirarte. Una tarde me dijiste:
–Sabés, te admiro.
No pude aguantar tus ojos; mirabas de frente, como los chicos y decías las cosas del mismo modo. Eso era.
–Es un marica.
–Déjense de macanas. Qué va a ser marica.
–Por algo lo cuidás tanto…
Y se reían. Y entonces daban ganas de decir que todos nosotros, juntos, no valíamos la mitad de lo que valía él, de lo que valías, pero en aquel tiempo la palabra era difícil, y la risa fácil. Y uno también acepta –uno también elige–, acaba por enroñarse, quiere la brutalidad de esa noche, cuando vino el negro y dijo me pasaron un dato. Me pasaron un dato, dijo, que por las quintas hay una gorda que cobra cinco pesos, vamos y de paso lo hacemos debutar al machón, al César. Y yo dije macanudo.
–César, esta noche vamos a dar una vuelta con los muchachos. Quiero que vengas.
–¿Con los muchachos?…
–Sí. Qué tiene.
–Y bueno, vamos.
Porque no solo dije macanudo, sino que te llevé engañado. Y fuimos. Y vos te diste cuenta de todo cuando llegamos al rancho. La luna enorme, me acuerdo: alta entre los árboles.
–Abelardo, vos lo sabías.
–Callate y entrá.
–¡Lo sabías!
–Entrá, te digo.
El marido de la gorda, grandote como la puerta, nos miraba socarronamente. Dijo que eran cinco pesos. Cinco pesos por cabeza, pibes: siete por cinco treinta y cinco. Verle la cara a Dios, había dicho el negro. De la pieza salió un chico, tendría cuatro o cinco años. Moqueando, se pasaba el revés de la mano por la boca. Nunca me voy a olvidar de aquel gesto. Sus piecitos desnudos eran del mismo color que el piso de tierra.
El negro hizo punta. Yo sentía una cosa, una pelota en el estómago. No me atrevía a mirarte. Los demás hacían chistes brutales. Desacostumbradamente brutales, en voz de secreto. Estaban, todos estábamos asustados como locos. A Roberto le tembló el fósforo cuando me dio fuego.
–Debe estar sucia.
Después, el negro salió de la pieza y venía sonriendo. Triunfador. Abrochándose.
Nos guiñó un ojo.
–Pasa vos, Cacho.
–No, yo no. Yo, después.
Entró el colorado, después Roberto. Y cuando salían, salían distintos. Salían no sé, salían hombres. Sí, esa era la impresión que yo tenía.
Después entré yo. Y cuando salí, vos no estabas.
–¿Dónde está César?
No recuerdo si grité, pero quise gritar. Alguien me había contestado: disparó. Y el ademán –un ademán que pudo ser idéntico al del negro– se me heló en la punta de los dedos, en la cara, me lo borró el viento del patio, porque de pronto yo estaba fuera del rancho.
–Vos también te asustaste, pibe.
Tomando mate contra un árbol vi al marido de la gorda; el chico jugaba entre sus piernas.
–Qué me voy a asustar. Busco al otro, al que se fue.
–Agarró pa ayá –con la misma mano que sostenía la pava, señaló el sitio. Y el chico sonreía. El chico también dijo pa ayá.
Te alcancé frente al Matadero Viejo; quedaste arrinconado contra un cerco. Me mirabas. Siempre me mirabas.
–Lo sabías.
–Volvé.
–No puedo, Abelardo, te juro que no puedo.
–Volvé, ¡animal!
–Por Dios que no puedo.
–Volvé o te llevo a patadas en el culo.
La luna grande, no me olvido, blanquísima luna de verano entre los árboles y tu cara de tristeza o de vergüenza, tu cara de pedirme perdón, a mí, tu hermosa cara iluminada, desfigurándose de pronto. Me ardía la mano. Pero había que golpear, lastimar, ensuciarte para olvidarme de aquella cosa, como una arcada, que me estaba atragantando.
–Bruto –dijiste–. Bruto de porquería. Te odio. Sos igual, sos peor que los otros.
Te llevaste la mano a la boca, igual que el chico cuando salía de la pieza. No te defendiste.
Cuando te ibas, todavía alcancé a decir:
–Maricón. Maricón de mierda.
Y después lo grité.
Escuchame, César. Es necesario que leas esto. Porque hay cosas que uno lleva mordidas, trampeadas en la vergüenza toda la vida, hay cosas por las que uno, a solas, se escupe la cara en el espejo. Pero de golpe, un día, necesita decirlas, confesárselas a alguien. Escuchame.
Aquella noche, al salir de la pieza de la gorda, yo le pedí, por favor, que no se lo vaya a contar a los otros.
Porque aquella noche yo no pude. Yo tampoco pude.


El otro en la literatura



martes, 6 de marzo de 2018

Tipología textual

https://www.slideshare.net/lenguaprofe/tipologa-textual-12704742Tipología textual

Progresión temática. Tema y rema.



Progresión temática
Antes de comenzar, revisemos algunos conceptos clave de la lectura y la escritura. Un texto es una unidad de sentido: es una unidad porque constituye en sí mismo un mensaje completo que comunica un sentido. Un texto puede ser tanto una sola palabra (como los carteles “Silencio” en los hospitales), una frase (“Descienda por la puerta trasera”), una noticia, un ensayo, una novela, etcétera. Entonces, olvidemos esa errónea definición que dice que un texto es un conjunto de palabras. Si recortamos palabras y las pegamos una detrás de la otra, tendremos un conjunto de palabras, una secuencia incoherente o un poema dadaísta. Pero no un texto creado con la intención de transmitir un sentido. Un texto tampoco es un “conjunto de oraciones”.
Un texto es un entramado de ideas conectadas. Un texto está constituido por ideas que forman un todo coherente. El sentido de un texto se construye a través del encadenamiento lógico de ideas. Las ideas, que podemos empezar a llamar proposiciones, se expresan en oraciones. Las proposiciones se van encadenando a través de diversos tipos de conexiones. Estas conexiones pueden ser  temporales (principalmente en los textos narrativos) o lógicas (causa-consecuencia, problema-solución, generalización-excepción, contraste, comparación, etc.); a medida que vamos leyendo un texto, vamos incorporando información y vamos comprendiendo el sentido que el autor nos quiere comunicar.
La información que voy adquiriendo mientras leo se transforma en información ya conocida a medida que avanzo en el texto. Esta sucesión entre la información ya conocida o dada y la información nueva (que una vez incorporada se transformará en información conocida) se denomina progresión temática. Denominamos tema a la información conocida y rema a la información nueva. A un mismo tema podemos añadir uno o varios remas. Veamos un ejemplo:

La torre Eiffel tiene 330 metros de alto

Suponiendo que el lector ha oído hablar de la torre Eiffel y que solo sabe que se encuentra en París, la información nueva (el rema)  es que mide 330 metros.
La torre Eiffel tiene 330 metros de alto y fue inaugurada en 1889.
En este caso tenemos un tema (la torre Eiffel) y dos remas: que mide 330 metros y que fue inaugurada en 1889.
La torre Eiffel, construida por el ingeniero Gustave Eiffel, tiene 330 metros de alto y fue inaugurada en 1889.
Aquí, se suma otro rema: la construyó el ingeniero francés Gustave Eiffel.

Añadimos información:
La torre Eiffel, construida por el ingeniero Gustave Eiffel, tiene 330 metros de alto y fue inaugurada en 1889, año del centenario de la Revolución Francesa.
Aquí, un rema (1889) se convierte en tema (información conocida) sobre el que se informa algo nuevo (rema): en 1889 se cumplieron 100 años de la Revolución Francesa.

La mayoría de las veces el tema coincide con el sujeto de la oración y el o los remas con las partes del predicado pero no siempre es así. Ej: “Juan visitó a su tía".

Importancia de analizar la progresión temática para establecer la coherencia de un texto, ya sea que estemos leyendo o corrigiendo un texto propio. Por ejemplo, si marcamos en un texto los temas de la progresión temática podremos saber de qué se trata un texto. 
La progresión temática de un texto nos ayuda a detectar los conceptos clave, captar las conexiones entre ideas, realizar un esquema de contenido (o mapa conceptual), comprenderlo e interpretarlo.